La geopolítica del mar Negro
En el extremo oriental de Europa hay un mar que ha permanecido relegado en el imaginario colectivo frente a otros mares más mediáticos. Sin embargo, el Mar Negro es uno de los escenarios más relevantes para comprender las tensiones internacionales actuales. Sus costas han presenciado el enfrentamiento entre imperios durante siglos y hoy continúan siendo epicentro de disputas que afectan al equilibrio global.
Seis naciones comparten sus orillas: Ucrania, Rusia, Georgia, Turquía, Bulgaria y Rumanía. Cada una aporta una pieza distinta al complejo tablero geopolítico regional, donde confluyen intereses militares, energéticos y comerciales que trascienden las fronteras locales. Tres dinámicas principales caracterizan esta región: su papel como nexo entre Europa Oriental y el Cáucaso, su condición histórica de frontera entre bloques antagónicos, y su creciente importancia como ruta de suministro energético hacia el continente europeo.
Para Rusia especialmente, este mar representa mucho más que una simple salida marítima. Desde hace siglos, Moscú ha considerado el acceso al Mediterráneo a través de estas aguas como fundamental para su estatus de gran potencia, una ambición constantemente frustrada que alimenta su percepción de cerco estratégico.
Del dominio imperial a la confrontación entre bloques
La historia del Mar Negro es la crónica de sucesivos imperios que buscaron controlarlo. Las civilizaciones clásicas establecieron asentamientos comerciales en sus costas, creando una red económica que perduró durante siglos. Con la caída de Constantinopla en 1453, el Imperio otomano transformó este espacio en su dominio exclusivo, expulsando a otros actores comerciales y manteniendo el control durante casi cuatro siglos.
La irrupción rusa comenzó tardíamente, en el siglo XVIII. Los zares ambicionaban proyectar su poder naval más allá de las estepas, pero tropezaron con un obstáculo permanente: el control turco del Bósforo. Moscú podía conquistar puertos en la costa norte, pero sin garantizar el paso hacia el Mediterráneo su capacidad quedaba limitada. Esta frustración geopolítica marcó profundamente la mentalidad estratégica rusa y explica muchas de sus políticas posteriores en la región.
El siglo XX trajo nuevas configuraciones. Durante la Guerra Fría, la rivalidad entre la URSS y Occidente convirtió al Mar Negro en línea divisoria entre sistemas. Moscú dominaba el norte y el este, mientras la incorporación de Grecia y Turquía a la OTAN en 1952 estableció una presencia occidental al sur. Esta división bipolar estructuró las relaciones regionales durante décadas y, en muchos aspectos, continúa vigente bajo nuevas formas.
El colapso soviético reconfiguró el equilibrio regional. La independencia de Ucrania y Georgia redujo drásticamente el control costero ruso, generando inseguridad en Moscú. La posterior ampliación de la OTAN hacia países como Rumanía y Bulgaria intensificó estos temores, alimentando la narrativa rusa del cerco occidental. Estas percepciones mutuas de amenaza han desembocado en la actual confrontación militar.
Crimea, guerra y el control de las rutas estratégicas
La península de Crimea ejemplifica perfectamente la importancia estratégica del Mar Negro. Su ubicación central y la base naval de Sebastopol permiten proyectar poder sobre toda la región. La anexión rusa de 2014 respondió al temor de perder este activo fundamental si Ucrania continuaba su acercamiento a Occidente. Para Moscú, Sebastopol no es negociable: representa su principal punto de apoyo naval en aguas cálidas y la llave para cualquier ambición mediterránea.
La invasión de Ucrania en 2022 llevó el conflicto directamente a estas aguas. El plan inicial ruso contemplaba conquistar toda la costa ucraniana para negarle cualquier salida marítima. Aunque este objetivo no se materializó completamente, Rusia consiguió controlar amplias extensiones costeras y establecer un dominio naval relativo, pese a pérdidas significativas como el hundimiento de su buque insignia. El Mar Negro se transformó así en campo de batalla, con implicaciones que van mucho más allá de lo militar.
El bloqueo naval afectó directamente al comercio global de cereales. Ucrania exporta grandes cantidades de trigo a través de Odesa hacia países africanos y asiáticos que dependen críticamente de estos suministros. La interrupción de estos flujos ha generado crisis alimentarias en regiones vulnerables, demostrando cómo los conflictos regionales pueden desestabilizar continentes enteros. El Mar Negro, epicentro del comercio cerealista mundial, conecta las tensiones europeas con las fragilidades del Sur Global.
Turquía juega un papel singular en este escenario. La Convención de Montreux de 1936 le otorga control sobre los estrechos del Bósforo y los Dardanelos, pudiendo cerrarlos en caso de conflicto. Este marco legal, aunque obsoleto en algunos aspectos, ha evitado escaladas militares mayores al limitar el acceso de armadas extranjeras. Ankara se beneficia de esta posición única, negociando con todos los actores y manteniendo un equilibrio precario entre la OTAN y Rusia.
El desenlace de la guerra ucraniana determinará el futuro regional. Una victoria rusa consolidaría su dominio sobre amplias zonas costeras, aunque las limitaciones económicas pueden restringir su capacidad de proyección a largo plazo. Una victoria ucraniana devolvería a Rusia a posiciones anteriores a 2014, generando un trauma geopolítico que podría sembrar futuros conflictos. En cualquier escenario, las dinámicas de confrontación entre bloques parecen destinadas a persistir, devolviendo al Mar Negro esas lógicas de Guerra Fría que parecían superadas pero nunca desaparecieron del todo.
Grupo: Fabricio Islas Emanuel Ferreira Almada Evelyn
Autora: Evelyn Almada
Bibliografía
https://elordenmundial.com/podcasts/no-es-el-fin-del-mundo/la-geopolitica-del-mar-negro/
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